lunes, 3 de marzo de 2014

Jonas Laurent, parapsicólogo

Había llegado hacía tres días desde la gran ciudad. El último número de la revista "Otra Realidad" había sido un fiasco y mi editor me echaba la culpa por lo cutre del reportaje. La verdad es que no estaba en mi mejor momento, las últimas investigaciones que había seguido habían resultado ser falsas o aburridas, así que esta vez, él había escogido por mí. Un hotel maldito en medio de ninguna parte. No es que me entusiasmase, pero mi jefe conocía al dueño del hotel y quería usar el reportaje como reclamo publicitario, y si era de su agrado, estaba dispuesto a pagar una verdadera pasta por él. Necesitaba ese dinero y además mi estancia sería gratis ¿cómo iba a negarme a unas vacaciones como esas?

El teléfono de la habitación sonó y más que despertarme, me arrojó fuera del sueño. Aquel sonido estridente era tan clásico como espantoso así que descolgué para acabar con mi sufrimiento y casi por inercia contesté con voz pastosa.

-¿Señor, Laurent? -Dijo una tímida voz de hombre al otro lado de la línea. Tardé unos instantes en reconocer al ayudante del jefe de policía.

-¿Ha ocurrido algo?

-Si... Estamos en la colina, al este de la hacienda...

-No se preocupe, sólo no permita que nadie vea lo que sea que han encontrado.

Sin más le colgué. Era un buen muchacho, pero un simple pueblerino amante de las historias de misterio, fácil de asustar, fácil de manipular.

En menos de quince minutos mi asistente y yo estábamos en el lugar de los hechos, pero ya habían empezado a aparecer los primeros curiosos, que por la pinta que tenían parecía que se habían encontrado el cordón policial por casualidad. Por suerte el joven ayudante había hecho bien su trabajo y la tira de plástico que hacía de barrera estaba antes de la pequeña colina en la que se encontraba lo que quiera que fuese. Mi asistente detuvo el vehículo y yo emergí de él lentamente, dejándoles sentir la intriga, dándoles tiempo para verme bien y preguntarse quién podría ser. El Show acababa de empezar.

Con paso lento pero seguro me acerqué al cordón. El ayudante me estaba esperando y alzó la tira de plástico amarillo y negro para que pudiese entrar.

-No la hemos tocado, señor Laurent. La encontró el perro del instructor de caza.

-¿La?

-La victima, señor. La recepcionista del hotel, Diana.

Recordaba bien a la chica, no contaría más de 24 años, cabello corto, piernas largas y buena delantera, todo ello con una voz dulce y una sonrisa encantadora, perfecta para aplacar a los clientes belicosos... había intentado flirtear con ella el día anterior, pero sabía dar largas sin ofender. Una lástima.

-¿Huellas? -Pregunté con sequedad, había que parecer profesional.

-No, señor. Es que nevó anoche... -Respondió en tono de disculpa, como si fuese culpa suya, pobrecillo.

Finalmente llegué donde se encontraba el cadáver tendido en el suelo rodeado por los nueve policías que componían la autoridad en aquel mínimo pueblecito perdido en medio de la nada al completo. El jefe me saludó con un ligero gesto del mentón, toqué el ala de mi sombrero como respuesta y me dispuse a observar la escena.

La mujer yacía con una profunda herida en la sien izquierda y de ella surgía un gran charco rojo que teñía la nieve como si fuese un granizado de fresa. Quienquiera que lo hiciese había dibujado con la sangre unas alas sobre la nieve y la había puesto en una postura angelical. Saqué el reloj de bolsillo de mi chaleco y lo observé unos momentos, no porque necesitase calcular la hora de la muerte, con el frío que hacía era imposible determinar eso sin instrumental, lo hacía sólo porque necesitaba mirar a otra parte un momento para recuperar la compostura. Los nueve policías me miraban fijamente y esperaban un veredicto coherente así que tras coger un poco de aire repasé mis cursos de criminología a distancia y los muchos capítulos de "mentes criminales" que había visto, luego volví a la víctima para mirarla como quien mira un cuadro. El escenario estaba presto, el telón se había alzado y el público contenía el aliento.

-No hay señales de agresión sexual, tampoco hay ensañamiento. Por la cantidad de sangre que hay, fue asesinada aquí mismo. Además observen la forma en la que coloca el cuerpo y dibuja las alas, claramente quiere crear una imagen angelical. Señores, estamos ante un asesino psicópata, o se cree un artista o bien tiene remordimientos -Reforcé mis deducciones cerrando con firmeza el reloj y devolviéndolo al bolsillo para poder ocultar el temblor de mis manos... el escenario me estaba poniendo los pelos de punta, una sensación que sólo había tenido dos veces en mi vida y las dos eran cosas que quería olvidar.

-Jefe... -Dije tratando de que el miedo pareciese preocupación visto desde fuera -Le recomiendo que saque a toda esa gente de aquí y cubra el cuerpo para que nadie lo vea. Si alguien lo ve o se va de la lengua no sólo tendremos un asesino, sino un pueblo en pánico. ¿Me comprende?, habrá caza de brujas y el verdadero culpable podría marchar impune.

-Diremos que fue un accidente -Dijo el bueno del jefe de policía. Era un tipo afable de unos cincuenta y tantos, algo rechoncho, canoso y medio calvo, seguramente lo más peligroso a lo que se había enfrentado en su vida era una pelea de borrachos en la taberna. No se merecía estar metido en un asunto como aquel, pero así es la vida.

-Me dijo su ayudante que lo descubrió el cazador ¿verdad? Quiero hablar con él. Ahora.

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